El contenido estaba ya preparado: el tema central del encuentro era el pasaje del evangelio de ese domingo (la transfiguración del Señor). Los jóvenes estaban ya anotados y confirmados, y todo iba sobre ruedas. La sorpresa fue constatar -una semana antes- que la casa de encuentros en realidad no estaba reservada. ¿Qué hacer? ¡Conseguir casa de encuentros una semana antes -en Alemania- es virtualmente imposible! Ni modo; dependíamos de la divina providencia. Dos días después, con la ayuda de dos extraordinarios servidores de Dios, comprendí que detrás de este impase estaba Jesús mismo: no solo conseguimos una casa a última hora, sino que además ¡se trataba de la Casa Tabor! El Señor lo había dispuesto todo para que pudiéramos contemplar el pasaje de su transfiguración justo en lo alto de un monte llamado Tabor, igual que aquella vez en la que él se transfiguró delante de tres de sus discípulos.
Así las cosas, con la certeza de la presencia del Señor entre nosotros, compartimos dos días de retiro en los cuales pudimos enfocarnos en varios de los aspectos más determinantes de la cuaresma: el corazón roto de la humanidad a causa del pecado, el inicio del pecado en la historia personal, de qué está hecho, cuáles son sus características y sus consecuencias. Así mismo meditamos sobre ese invento extraordinario de Dios que responde precisamente a nuestras más grandes necesidades: el perdón, la sanación que genera y las características de una vida restaurada. Todo esto fue el primer día, en el que hubo espacio para escuchar, para el silencio contemplativo, la introspección, la celebración de sacramentos (confesión y eucaristía), y para conversar y llegar a un discernimiento comunitario.
Ya muchos habíamos visto a Jesús transfigurado, justo cuando se había acercado a cada uno para ofrecernos el regalo inmerecido del perdón y la paz. Pero faltaba la siguiente transfiguración: la nuestra, que tuvo lugar el domingo, cuando nos fue recordada nuestra vocación. En esto nos ayudaron los testimonios de vida de los dos servidores que nos acompañaron todo el encuentro (los mismos que nos ayudaron a conseguir la casa). Ellos nos invitaron a recordar quiénes somos, a qué estamos llamados, y para qué (¿o para quién?) estamos en el mundo siendo tal y como somos. Al salir del retiro teníamos el corazón renovado y los sueños frescos. Algunos habiendo empezado ese fin de semana un camino de sanación todavía largo, pero aún así esperanzador y motivador. Otros aún con preguntas por responder, pero aún así confiando en que, al igual que Pedro, Santiago y Juan, pronto comprenderían lo que en ese momento todavía no estaba claro. Y el resto muy seguros de la dirección en la cuál Jesús nos invita a caminar: siempre tras Él, con una misión y una vocación que la sostiene.
Viviana Rodríguez